Revista Industria Argentina (Saavedra/ Núñez)

Nota de tapa. Publicada en edición Nro. 40. Mayo 2012

Saavedra y Núñez
139 años de historia

Mi barrio
Desde el alma
Escritos y palabras de vecinos

“Saavedra de murgón, placita y corazón, hay otros barrios pero están en este”.
 Tango, Fantasma de Luna.

“Nuñez la pasión, blanco y rojo el corazón, hay otros barrio pero el mío se siente”.

Cada 27 de abril Saavedra y Núñez cumplen años. En el barrio los festejos duran por lo menos un mes. Hay encuentros en plazas, parques, en las escuelas se proyectan videos y fotos sobre el barrio; en todos los espacios culturales y comunitarios se informa a los vecinos sobre el cumpleaños de nuestro barrio. Para nuestra comunidad es una fecha importante: son semanas dedicadas a reivindicar recuerdos, viejas imágenes, relatos sobre dos barrios que están atravesados por una maravillosa historia. La misma que encarnan los vecinos y plasman a través de sus palabras...


Una carta muy especial...
De una de las personas que más ama el barrio y más escribió sobre él: Eduardo Pombo.

Mar del Plata, noviembre 30 de 2011

Sra. María Soledad Gonzalez Alemán

De mi consideración;
                                   Me es grato dirigirme a Usted para ofrecerle, a manera de colaboración con su revista, un ejemplar del año 1971 de la publicación que entonces yo hacía dedicada a comentar la historia del barrio de Saavedra.

                                   Espero que en ese material encuentre temas y datos interesantes que merezcan su interés como para incluirlos en un próximo número de su revista.

                                   Con este motivo y quedando a sus órdenes, le saludo cordialmente.

                                                  Eduardo Pombo.


Esta carta llegó acompañada de una reliquia de la cual replicamos a continuación la tapa. La nota de apertura se titula “Conocer a Saavedra es comenzar a quererla”. ¿El autor de esta obra? El mismo que movilizó mi curiosidad cuando empecé a investigar la historia y todo lo que en el barrio sucedía. Corría el año 2004 y mis tardes en Saavedra estaban destinadas a profundizar todo lo que por sus calles y rincones circulaba; y en uno de esos paseos llegué a la Biblioteca Popular Cornelio Saavedra. Me hablaron de una persona que había plagado de escritos el barrio con su historia, sus mejores relatos, sus privilegiados recuerdos...Y en ese momento me llevé algunos de sus escritos. Los leí, y fueron una radiografía perfecta de lo que respiraban las calles. Las palabras de Eduardo Pombo eran una reflejo de lo que muchos vecinos me había dicho sobre Saavedra. Algo así como que vivir por estos pagos es un viaje de ida...

Y fue a partir de ese momento que me compré todos los boletos para emprender este maravilloso viaje que ya lleva 8 años, a la par de un equipo que también se enamoró del barrio y sus alrededores.

¡Gracias Eduardo! Porque ahora más que nunca puedo confirmar que conocer a Saavedra es comenzar a quererla.

Soledad.


¡FELICES 139 AÑOS QUERIDOS BARRIOS!


El barrio y su parque

Al calor de la evocación emotiva
se van descongelando las aguas
en las que la memoria, mantuvo inmóviles
las imágenes originales a través del tiempo.

Leve brisa comienza a animar al antiguo escenario.
Cobran vida olvidados personajes.

En García del Río y Pinto las torres
del puente levadizo guardan la entrada al parque.
La planchada está extendida sobre el foso
que lo circunda, inundado con las aguas del arroyo.
Los leones que custodian el acceso aún están dormidos.

Entremos ahora al viejo paseo y, desde él, al barrio
por velados caminos de leyenda.
Participemos de los acontecimientos, desde un tiempo
y un espacio diferentes, en respetuosa actitud
ante el pasado.

Tal vez no sea posible avanzar más allá
de los límites de la memoria.

Eduardo Pombo


El arroyo Medrano

Curso sinuoso de aguas tranquilas. Aliado de la vida, amigo de los niños. Correteabas con ellos por entre campos, quitas y caseríos; libres, alegres y sucios -si así puede llamarse a quienes sólo están impregnados de tierra-. Sabías oír el canto de los pájaros y, generoso, les brindabas tus aguas para que, junto a los animales, se refrescaran y abrevaran su sed.
Siendo en tus orígenes simple cañada, habías visto acercarse a ti al indio y mucho después al gaucho, entendiéndote con ellos porque como vos amaban la libertad y sólo concebían la vida en ella. Luego, ya con categoría de arroyo, verías nacer y crecer a la ciudad y conocerías hombres nuevos, forjados en otras costumbres y culturas, e intuiste que con éstos no podrías entenderte nunca.
Se alejó el indio de tus orillas y el gaucho paseó su albedrío por los territorios cercanos a tu cauce durante décadas. Pero de a poco, extranjeros y criollos, comenzaron a alambrar los campos, a ponerles marcas al ganado y a construir viviendas. Algunos de sus hijos también buscaron tus aguas y en ellas jugaron y gozaron como muchos otros niños lo habían hecho antes. Como lo hacían aún, calandrias, teros, mixtos, zorzales, gorriones, chingolos.
Con el correr del tiempo creció la ciudad y te fue cercando. Se te vino encima, empujándote hasta el fondo de tu cauce. Obligándote a que algunas veces hincharas el lomo desbordando tu enojo ante la pérdida  y transformación de los espacios que fueran tus dominios.
En la ciudad del hombre nuevo proliferaron industrias y barrios de viviendas precarias que utilizarían tu curso para deshacerse de los desperdicios, para luego negar a sus hijos el derecho a jugar en tus aguas por estar contaminadas y ser peligrosas. El tema se llegó a debatir en el Congreso de la Nación y existió un proyecto por el que se proponía canalizar el tramo comprendido entre el Parque Saavedra y el Río de la Plata, utilizando al parque como mercado concentrador de frutas que serían traídas en lanchones desde San Fernando y El Delta. La idea era dejarte correr a cielo abierto para que, entre muchas otras ventajas, tus aguas pudieran ser utilizadas para la práctica de deportes náuticos. Comunicando así al barrio con el río y, mediante obras de canalización, ampliar la capacidad de tu cauce para contener las grandes masas de agua que periódicamente provocaban inundaciones en los barrios vecinos a tu curso.
El legislador era de ascendencia francesa y seguramente se había inspirado en las obras de canalización del Sena a través de París. Pero en Buenos Aires, aguas arriba de Saavedra, los intereses eran otros. Entonces se optó por no innovar y, al igual que con los demás arroyos capitalinos, fuiste entubado cuando corría el año 1938.
Por sobre el conducto de concreto, a lo largo de casi todo tu trayecto, enquistaron amplias avenidas con canteros centrales por debajo de los que se sacarían impunemente efluentes industriales y cloacales, con total indiferencia y desprecio por la vida humana y la ecología.
La gente estaba demasiado ocupada para detenerse a observar qué transportaban los arroyos entubados y, como parecía que el río arrastraría todo siempre, creyeron que habían solucionado los problemas derivados de efluentes no tratados debidamente. Pero llegó un momento en que ni el río más ancho del mundo pudo diluir ni arrastrar tanta inmundicia y, con frecuencia, oleadas de peces muertos arrojados a sus playas alertaban sobre el peligro de la alta contaminación de los cursos del agua que, como el tuyo, corren por debajo de Buenos Aires.

Entrañable y leal amigo que por siglos conversaste con la luna y las estrellas o te doraste con el sol de aquellos días felices. Que por estar más alejado del centro de la ciudad que el Maldonado, a él correspondió por un largo tiempo el destino de frontera urbana y por siempre las historias de un suburbio al que enalteció Borges contándole al mundo legendarios acontecimientos sucedidos en una mágica esquina, rosada, vecina a sus márgenes.
Viejo reo engayolado, condenado injustamente por los hombres nuevos para hacerte laburar de cloaca clandestina.
Cuantas noches del ayer, recorriendo tus fangosas orillas, fuimos testigos de tu eterno romance con la luna, a la que acunabas con el murmullo de tu mansa corriente y poesías en el limpio barro de tu lecho mientras alrededor jugaban pequeños y ligeros peces plateados junto a minúsculos renacuajos pardos.
Hoy, en tu cauce yermo, ni siquiera podrían vivir las mitológicas serpientes que respetables bohemios trasnochados aseguraron ver asomando sus cabezas por alcantarillas del Maldonado.
Vos y yo sabemos que llegará un día en que la ciudad y su gente, por su propio bien, tendrán que devolverte la pureza y el cielo que robaron de tus aguas.
La ciudad se quedó sin pájaros anidando en los árboles y sin niños jugando en sus calles. Hoy, los pequeños, bien vestidos y calzados, cumplen el ritual que les imponen los mayores. La vida será siempre la misma pero ellos no tendrán la oportunidad de elegir como vivir su infancia ni de forjar su sensibilidad en el trato amistoso y cotidiano con la naturaleza.
Niños que no sabrán de arroyos libres ni de lunas enamoradas mirándose en los charcos. Ni de pasar un día jugando en el campo al sol, para recién regresar al hogar luego de verlo ocultarse tras los montes a la hora del ocaso. Que nunca conocerán la felicidad de creerse dueños del mundo, no teniendo nada más que la posibilidad de andar a su gusto. Aunque rotosos y llenos de polvo pero disfrutando las caricias del viento y la sombra de los árboles, solos o compartiéndolas con un amigo o un perro vagabundo. Ni de aguas de un arroyo de curso sereno transparentando un oscuro cauce de tierra, cálido como el amor y hermoso como la vida misma cuando nada ni nadie se interpone para que podamos gozarla plenamente.
Será un día, aún lejano, el de la ansiada liberación. Romperán los carceleros las paredes del encierro y harán que sus industrias dejen de contaminar tus aguas. Regresarán tus antiguos compañeros para compartir contigo las horas hasta saciar sus ansias de vida.
Entonces nuevamente serás arroyo, eterno aliado de la tierra, el sol, la luna, el amor. Ese día estaré en tus aguas y tus orillas, para vivir en ti por el milagro de la resurrección.

Eduardo Pombo
 (del libro Saavedra, un barrio y un tiempo añorados- 1992).


Escritos desde el alma de los vecinos

“La espera del colectivo 29 suele ser larga y sin embargo ayer me alegré que así fuera. A mi costado (a unos pasitos) llegó un señor que comenzó a silbar. Dirás silbar, bueno ¿y qué? Lo maravilloso es que este hombre silbó durante más de 15 minutos, valses vieneses especialmente.
Me quedé fascinada sintiendo que él y yo estábamos en una burbuja chispeante y mi cuerpo acompañaba suavemente su melódico silbar.  
Al ver que a lo lejos venía el 29 me le acerqué y le dije: “Lo felicito y le agradezco por el concierto. Me encantan los valses, pues mi mamá era austríaca. En casa los cantaba alegremente y los escuchábamos en los long-play de aquel entonces”.  
Me respondió que él los adoraba, que había podido ir al Wiener Prater (gran Parque de Diversiones con inmenso parque) en Viena, Austria. Hablamos sobre lo hermoso que es el Parque y me comentó que estaba esperando el finde porque en un casamiento iba a poder bailar "el Vals". También me dijo que le había enseñado a silbar a un nieto suyo y que él lo hacía siempre. Le comenté que en el Teatro Maipo los martes se daban una serie de puestas de fragmentos de operetas (casi todas contienen hermosos valses), por lo que me agradeció.
Y lamentablemente llegó el 29. Nos despedimos con sonrisas y felices los dos por este pequeño y especial intercambio.
Obsequios del barrio, que aún se dan en Saavedra.  Estemos abiertos a ellos y comuniquémonos, ¡¡¡comuniquémonos!!!”

Brigitte 

“Haciendo memoria… Saavedra, mi vida.

Vilela y Conde, Melián y Vedia, Deheza y Superí…fueron los rincones del barrio que me albergaron y aún lo sigue haciendo: desde mi niñez, hasta ahora, 44 años. Toda una vida, ¡toda mi vida! Nos vimos crecer, o, más bien, fuimos creciendo juntos.
La memoria me lleva a recordar aquellas calles de tierra donde circulaban pocos autos. Una General Paz de dos carriles, con la Virgen del Camino ahí nomás. Muchos terrenos baldíos donde se improvisaban las mejores canchitas de fútbol. Pasaban los vendedores ambulantes: el afilador, con su típica música de armónica, el heladero, al que los niños esperábamos ansiosos en aquellas tardes de verano. El que aún sigo escuchando por las mañanas es “el churrero” con su característico cántico: “Churros, calentitos los churros”.
He caminado veredas y cruzado calles infinidad de veces, especialmente las que me llevaban al colegio, a mi querido Instituto Divina Providencia, que ya cumplió sus 70 y largos años de vida, también en el barrio (Arias y Conesa).

El Parque Saavedra es, sin duda alguna, un espacio verde maravilloso en nuestro barrio. Lugar al que iba de niña, de adolescente, voy de adulta y seguiré yendo a respirar su aire, sus tilos…siempre.
La metamorfosis fue increíble: las calles se asfaltaron, la General Paz se transformó en una autopista del primer mundo, los baldíos se convirtieron en hermosas casas y ahora en breves edificios, se construyó el monstruo Dot. El barrio sigue creciendo ¡¡¡enhorabuena!!!
Me casé con Daniel, también oriundo del barrio. Tuve la bendición de tener dos hijos, Matías (21) y Agustina (14), que nacieron en Saavedra. Hijos de raza, de dos saavedrenses, de quienes heredaron su pasiones: el Parque y su calesita -pensar que subimos a los mismos caballitos, como lo constatan las fotos, su colegio “El Divina”, Platense, que originariamente su cancha se encontraba en Cramer y Manuela Pedraza; el Tango, de Roberto Goyeneche, también vecino del barrio. Y hoy andan sus veredas y sus calles, ahora, junto a nosotros. La familia crece también y sería interminable enumerar todos los recuerdos que evocarían nuestro barrio. Por eso, simplemente, quise resumir en estas pocas, pero sentidas, palabras lo que representó y representa en mi vida el barrio Saavedra.”

Monica Fusaro 

“Yo nací en Villa Urquiza, pero Saavedra me atrapó. Tiene todavía ese aire de barrio que va creciendo pero sin perder su identidad. El aroma de sus tilos en primavera, su Parque. Gracias Saavedra por hacerme sentir orgullosa de caminar por tus calles y poder decir: ¡¡¡YO VIVO EN SAAVEDRA!!!

Monica Carbonell 

“Saavedra, un barrio con vida propia que me adoptó.
Conocí Saavedra por casualidad, o por el destino que quiso que un tío mío se mudara al barrio hace ya muchos años. En una reunión familiar en su casa quiso otra vez el destino que nos aburriéramos y saliéramos a dar una vuelta. Así conocí a quién ahora es mi marido, un fanático del barrio que jamás dudó que éste iba a ser el lugar en el que íbamos a vivir una vez casados, y donde los dos queríamos que nuestras hijas se criaran. Paso gran parte de mi semana en el barrio y encuentro acá casi todo lo que necesito. Soy feliz cuando camino por la calle y me cruzo con rostros conocidos. Es lo más parecido a recrear las vivencias de un pueblo en una gran ciudad, como es mi querida Buenos Aires. Amo mi vida en el barrio de Saavedra y a su hermosa gente”.

Andrea Zappe

Desde hace muchos años soy vecina de Nuñez. Amo mi barrio. Aquí formé una familia y somos muy felices. Tengo tres hijos que se criaron en Saavedra -ahora ya hombres- y fueron a la misma escuela: " La Badía", como se la conoce. Son socios y simpatizantes de River. Tengo seis nietos.
Desde hace once años soy viuda, pero sigo apostando a la vida”. 

Isabel Delia Rawe



¡Qué tristeza! ¡Qué nostalgia!

“Sí, qué tristeza, qué melancolía, qué angustia me embarga cuando caminando las calles de mi barrio observo en sus casas las dobles puertas, las rejas, los candados, los cartelitos “Cuidado con el perro”, “Se ruega mantener la puerta cerrada las 24 horas”, y todas las medidas de seguridad con las que nos debemos proteger de los robos, asaltos, etc.
Yo nací, me crié, vivo y, si Dios lo permite, moriré en este barrio por el cual siento un profundo amor. Por sus calles, sus plazas, su parque. En mis caminatas habituales surgen las comparaciones entre el ayer y el hoy. Cuántas cosas se destruyeron en “beneficio de un supuesto progreso”, como por ejemplo “mi placita Mackenna”. Recuerdo sus barrancas con césped, en dónde las noches de verano rodábamos o bajábamos corriendo, una y mil veces, sus caminos de piedritas que se introducían en nuestros zapatos.
El pino que estaba sobre la calle Arias, donde me refugiaba cada vez que mi abuela me quería lavar la cabeza; la fuente llena de agua donde jugábamos a la carrera de barquitos y de paso nos mojábamos; el jacarandá que cubría con sus flores celestes la calle Conesa, entre Arias y Ramallo; el guardián al que los chicos del barrio le hacíamos toda clase de travesuras ya que la escalera que bajaba hasta su “guarida” era especial para nuestras escondidas. Los vecinos en la puerta de calle, charlando de las cosas del día, tomando una cervecita. Y en invierno, el mate obligado en la casa de alguno de ellos. O el “vermuth de los domingos”, sagrado, por lo que se acostumbraba tener las puertas de par en par y ser bienvenido en cualquier casa de la cuadra. El vigilante de la esquina, que nos conocía y nos cuidaba a todos (incluido el perro de la familia, al que devolvía a su casa cuando se escapaba). Ese vigilante que le dio seguridad a mi infancia y adolescencia con el sonido de su ronda, y que me daba tranquilidad cuando mi padre salía a las 4 de la madrugada para su trabajo.
Por todo esto, que ya pasó pero por suerte pude vivir, tengo nostalgia. Y también tristeza por todas esas personas que habitan las casas que hoy son pequeñas cárceles, y no tuvieron oportunidad de vivir esas cosas y esa libertad. Ahora, los caminos de la plaza “Mackenna” están asfaltados, la fuente está vacía, los guardianes de las plazas pasaron a ser recuerdo. Donde antes había vecinos ahora hay “muchachones” con vino, cerveza, etc., etc., que le quitan la seguridad al barrio y a sus habitantes. Los vecinos que antes limpiaban ahora tiran la basura que les sobra en la casa y no se lleva Manliba en las esquinas, a pesar de los carteles que dicen “Mantenga limpia la Ciudad” sin pensar que la “mugre” que se deja en la esquina “también los perjudica”.
Esta nota posiblemente la comprendan, más allá de las palabras, los que nacieron y se criaron en este barrio. Los que vinieron con el progreso seguramente pensarán que es una nota “sentimentaloide”; para ellos es un barrio donde viven, un barrio como cualquier otro, hasta un lugar de paso. No creo que les interese, me puedo equivocar por supuesto, pero es muy difícil que puedan comprender o emocionarse con el recuerdo de la General Paz con sus amplios espacios verdes, sus eucaliptos y sus “casitas de Caperucita” donde vivían los guardianes. La casa del “barco”, el “lechero” con sus tarros, el Polaco Goyeneche, los bailes de “Juventud”, y el Dr. Leonardo Martinitto, médico, amigo y confidente de toda una generación, que todavía sigue firme en su consultorio de Ramallo y Zapiola. El me trajo al mundo y eligió mi nombre, y hoy que me falta mi padre  lo reemplaza en muchas ocasiones. Y tantas otras cosas, y tantos otros personajes que viven en el recuerdo de todos los memoriosos del barrio.
Debo confesar que esta nota la escribí para mí, y para aquellos que tuvieron un antepasado que, como mi abuelo, inmigrante italiano, se enamoró del lugar, y con el magro sueldo que ganaba como peón de la Municipalidad, allá por 1905, decidió comprar, con mucho sacrificio, un terreno para levantar su casa y formar una familia, en éste, mi querido barrio Saavedra.
Gracias abuelo. Fuiste un visionario, elegiste de lo mejor. El barrio no tiene la culpa de los tiempos en que vivimos. Su alma, su “ángel”, sigue intacto”.

Alicia Recchia


El gigante de Zapiola, o... Bojan de Saavedra.
(Parte del libro La historia del rock en Saavedra).
 “Por allí, entre esos intensos ochenta y algo, cuando por alguna razón nos tocaba pasar caminando las veredas que conducían hacia García del Río, que nos esperaba llena de sus plazoletas (esa calle era Zapiola), ahí estaba. Sentado firme como una estatua, que, por decisión de algún obscuro propósito, sólo movía sus ojos, observándonos fríamente al momento de pasar exactamente por delante de su imponente figura.
Su  rostro duro, serio, apenas sonriente y siempre evitando exponer su sonrisa entera, sin embargo, dedicaba  esta mezquindad a alguna chica del barrio que se habría sentado en la escalerita o el mismo porche de su casa de entonces, ahí en Zapiola, de pared lateral curva y untada de minúsculos cuadraditos azules y rojos.
Era realmente misterioso. No conocíamos su mirada directa hacia el encuentro de nuestras miradas, y eso nos irritaba.
Así fue que, a medida que los días pasaban, más caminábamos aquel sector de Zapiola. Muy poco disimulados, insistíamos en observar los comportamientos de aquel gigante, recio, que se vestía muy parecido a nosotros, pero que hacía ya mucho tiempo, habíamos descubierto que hablaba (y lo hacía con nuestras chicas).
Jamás preguntamos a ninguna de ellas, pese a que las creíamos "nuestras", quién era ese grandote de bellos muy parecidos a bigotes y patillas preslianas, que a nosotros -salvo a Eugenio- se nos resistían en llegar para mostrarnos un poco más grandes. ¿Quién era el gigante de pose firme, de topper, jeans y remera o ajustada camisa, que se sentaba y con profunda tranquilidad observaba con su “de reojo”?; cómo nosotros lo mirábamos como idiotas.
Y como siempre el tiempo pasó. Y las cosas que uno quisiera recordar a veces no bajan de aquella repisa abarrotada por otros recuerdos que se mezclan entre revelaciones.
Lo cierto es que el gigante, al poco tiempo de ser observado por nuestras impertinentes miradas, se relacionó con su voz humana y, ablandando la figura que nos provocaba de una vez y para siempre, miró de frente, se sonrió pleno y charló largamente con nosotros, volviéndose uno más de los integrantes eternos de: "el cuadrado".
Así sucedió. Así bailó entre nosotros, se rió mucho de las ocurrencias que con Aldo y Sebi inventábamos para divertirnos y divertir a nuestros amigos de la esquina. Aprendió a payasear nuestras pavadas subiendo alguna vez a perita que imitaba a algún mamut enfurecido, o a un cóndor,  para que se liberen esas tonteras sanas, llenas de alegrías adolescentes, y hasta....
…Bueno, tenía que llegar a este evento: "el bojan de saavedra". Allí, se vistió de baterista. Uno más que quedará en nuestra historia. Ejecutante de golpe durísimo, más que la expresión esa a la que temíamos cuando no era de la barra. De muñeca amenazante, y un touch que solo Augusto Peruglia supo regalar donde se sentó a ser feliz, en aquellos banquitos, por aquellos ochenta y pico. Yendo a un profe, abandonando, como era la característica de nuestra adolescencia, y hasta haciendo locuras para tener la bata soñada...
¡En cuantos líos se metió mi amigo! Pero líos -aunque grandes- inocentes. De los que, con un castigo de los papás, sería suficiente para entrar en un largo período de penitencia, por haber gastado “esa plata” que era para otra cosa, y hasta recibir el peor de los castigos en aquel momento, y que hoy es motivo de la más grande sonrisa posible: sentir a su papá, el del otro Chevrolet del barrio -tipo fachero, de bigote bien tano y voz muy dulce e imponente- que, entrando al cuarto donde el instrumento confiscado familiarmente yacía a oscuras, y tras cerrar la puerta: ¡paf! ¡pif!trum, trum, pam, tratata, pifff!!! Y todos los fuertísimos sonidos que Don Peruglia le pudiera sacar a aquella bata que, al salir, y mirando al pobre Augustito que ya no se veía tan grandote, le decía: "¿qué? Después de todo la batería es mía, si quiero la toco todo lo que quiero". Y claro, la bronca inflamaba cualquier vena, pero al largo paso de aquellos días cómo no matarse de risa por la salida de ese viejo querido.
En fin, cuestión que después de haber peleado la batalla con... quizás un especie de ataque de pánico, en la biblioteca de Olivos, cuando debutaba con "Creencias" (Adrián Díaz, Aldo Barcelo y Augusto Peruglia) inmediatamente de que el nuevo batero abandonara casi corriendo el espacio del escenario, todos -hasta el mismo gordo quien lo reemplazó- empezamos a alentarlo para que vuelva: ¡bojan, bojan, bojan!!! Así fue, y al tiempo, como agradeciendo aquel aliento: se tocó todo en folkus, en la primera etapa de la banda en las inmediaciones del cuadrado, dándole a esas notas súper extrañas (para la mayoría  de nosotros) que Alejandro Esquitieri y Aldo, desde su bajo elaborado, le ponían a esta propuesta musical; un toque a tierra, fuertísimo, implacable, sobre todo, cuando lo disfrutamos allí, en un perdido pueblo cercano a San Pedro, donde los adolescentes nos fuimos de gira más que mágica y súper misteriosa... Augusto le pegó lindo. Disfrutando a pleno la versión de Peter Gun que todos esperábamos. El gigante le pegaba, se reía y crecía junto a nosotros.
Claro que es hermoso recordar estos episodios que nos devuelven sonrisas que no vendrían a nosotros si no es por estos recuerdos, pero si bien el valor del gigante comenzó a formarse allí, se agranda aún más en sus continuadas y actuales batallas, mientras la bata, su querida batería de los sueños, le espera para ser golpeada con ese touch... 
Acompañó a su mamá en todo el camino y donde más lo necesitó. Su mamá…que una vez, al despertarme, me recibió del sueño con sus inmensos ojos azules y limpió mi dolorosa borrachera de nene con un mimo de café y una charla en la cocina.
Formó una familia. 
Compartió más que un mate con el viejo del chevrolet azul... 
Más de una vez, estroló la raqueta de sus esperanzas contra un piso más duro que lo que deseaba. Y se plantó frente a la aparente caída, para darle vida a esa postura de estatua, que lejos de ser fría, se reía por dentro esperando el momento de largar la risa junto a sus amigos...
Te recuerdo siempre de punta en blanco, hasta para jugar a la pelota.
Y no olvido cuando en un cumple de pibe le diste una trompada a la vida que se te estaba poniendo difícil, y dejaste que tuviéramos el honor de agasajarte en la casa de Alberto y Leonor, quien es feliz cuando recuerda que, aunque un tanto desprolija, logró hacerte para ese día una torta con los colores de platense: -“que contento estaba ese chico”.
Gracias, por seguir dando, a los que te queremos, un importante ejemplo de lucha por la vida. ¡Adelante, viejo bojan Peruglia!”

Daniel Alberto Abecasis.


“Fragmentos de vida inundados de vivencias…
Fragmentos de una vida fragmentada…
Fragmentos.
Fenómeno de repetición casi imperceptible de pequeños fragmentos de vidas casi copiadas…
Fragmentos de sueños unidos a recuerdos fragmentados…
Fragmentadamente recordados.
Fluir de seres, salpicados en mi vida fragmentada…
Fragmentada… toda yo… fragmentada.
Canciones de cuna cantadas o escuchadas… fragmentadas…
 Pedacitos de soles dispersos en tormentas anunciadas… u olvidadas…
Confusión de certezas fragmentadas… devenidas en estallidos de ignorancia.
Ignorancia de fragmentos de verdades olvidadas… verdades a medias, recuerdos a medias, ensueños a medias… vida… toda, toda fragmentada.
Popurrí de memorias, collage de pensamientos, necesidades recortadas, riquezas fragmentadas.
O fragmentada pobreza.
Nada entero y ordenado… ni un fragmento de sapiencia.
Recuerdos patentes de caras, caritas y caretas recortadas.
Fragmentos de momentos, como fotos mezcladas.
Manos santas, cuerpos con y sin almas…
Gente buena, gente mala…
Un menjunje de piel, espíritu, y almas…
Sin mentes…
Mentes que engañan…
Pedacitos de mí, o de mi yo desparramada…
Aunada en este cuerpo, en este espacio, fragmentos de amores que permiten ser amada, fragmentos de memoria…
Tormenta fragmentada”. 

Valeria Just



La magia de Saavedra, la pasión de Núñez.
Amor declarado y confirmado.
Las callecitas de estos dos rincones de la zona norte de la Ciudad de Buenos Aires tienen ese qué se yo... viste... Palabras que el Polaco Goyeneche dejó perpetuadas en el alma de todos los vecinos que alguna vez llegamos a Saavedra y Núñez, y nunca más nos fuimos. Barrio, que tenés el alma inquieta de un gorrión sentimental, perdoná si al evocarte se me pianta un lagrimón, es que es todo el barrio malevo melodía de arrabal.

Mi barrio, la balada para un loco que todos los vecinos llevamos adentro.

“Yo sé que estoy piantao, piantao, piantao...
Yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión;
y a vos te vi tan triste... ¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí!...
el loco berretín que tengo para vos:

¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Cuando anochezca en tu porteña soledad,
por la ribera de tu sabana vendré
con un poema y un trombón
a desvelarte el corazón.

¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad...
¡Ya vas a ver!